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HOMILÍA 2do Domingo del T.O. / Ciclo A

Con nuestra débil carne se desposó

Jn 1, 29-34: ¡Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios!

En este testimonio de Juan el Bautista queremos ofrecer el nuestro. Juan advierte que al ser alcanzado por Jesús se transforma todo en Él desde su interior (Jn 1,34). Al tomar nuestra carne mortal como suya, Cristo embellece nuestra existencia con la hermosura de Dios (Jn 1,14). Nos cuelga todos los adornos del Cielo y nos hace lucir plenamente bellos (Jn 1,16), y no como un adorno que se avejenta y pierde su vigencia, sino una vida que cada vez que se echa mano de ella para hacer la vida cotidiana produce más belleza de Dios en todo tu ser.


Jesús es el que posee el Espíritu de Dios de una manera propia, no como un añadido. Y nos participa por los Sacramentos esta delicia de Dios. Él lo posee por naturaleza, nosotros por gracia. El Bautista nos ayuda a descubrir que, así como en el caos aleteaba el Espíritu de Dios y cuando comenzó su actuar apareció este maravilloso Universo que es nuestro hogar (Gén 1,2), así Jesús, poseedor del Espíritu, inaugura la nueva Creación.


Estos días de Navidad nos lo han mostrado; ¡pues si de manera admirable nos creaste, más admirablemente aún nos redimiste!, decimos en las oraciones de Adviento y Navidad; y cuando el sacerdote prepara el cáliz en la Celebración Eucarística, dice en secreto: ¡que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquel que ha querido compartir con nosotros la humanidad! Y qué manera de hacerlo: quitando el pecado del mundo (Is 53,7; Jn 1,29).


Lo que te “afea”: el pecado, en todas sus dimensiones y acepciones, en Jesús tiene remedio. La gente te condena en vida a causa de ello y te vuelve invisible ante sus ojos. Pero en Jesús cobras presencia, pues Él ha sido enviado no para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16).


Vive la experiencia del misterio de la Encarnación del Verbo de Dios: el Verbo Eterno que de los Cielos baja, con nuestra débil carne se desposa, dice el himno de Navidad. Y sucede entre ti y Jesús lo que acontece en el matrimonio cuando se consuma, que ya no son dos sino una sola carne (Mt 19,4-6), así Jesús se hace una sola cosa contigo y tú una sola cosa con él. Ya deja de despreciarte y maltratarte a causa de tus pecados.


Déjate encontrar por Jesús, que deja las noventa y nueve ovejas que no se le perdieron para ir en tu busca y traerte con los lazos del amor y del cariño de Dios a tu hogar (Lc 15,4-7): el amor misericordioso del Padre. Entonces, al experimentarte inmensamente amado, incondicionalmente amado por Jesús podrás contar a tus hermanos todo el bien que Jesús te ha hecho y hace continuamente por ti y a través de ti.


ORACIÓN

¡Padre Bueno y Misericordioso, que con amor gobiernas los Cielos y la Tierra, escucha paternalmente las súplicas de tu pueblo y concédenos la gracia de ser testigos de un Reino posible en medio de nosotros: un Reino de Justicia y de Paz! Amén. (EDD)


–P. Armando Duarte Tello,

Párroco de San Isidro Labrador, de Pueblo Viejo (Mpio. de Queréndaro), Mich.

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