“Han oído que se dijo a los antiguos…, pero Yo les digo”…
La gente se ha quedado boquiabierta ante la proclamación de las Bienaventuranzas hecha por Jesús (Mt 5, 1-12). La felicidad, la dicha que Jesús muestra tiene alcances insólitos, traspasa todas las barreras y fronteras y se sienten invitados a entrar en ese ámbito de la felicidad de Dios. Al experimentarse en la dicha de Dios se comprenden como sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13-16). Se sorprenden de que así como Jesús, con su Nacimiento en carne mortal ha traído la alegría al mundo entero, ellos comienzan a irradiar la alegría de Dios por todas partes (Lc 2, 20).
Pero se topan con la justicia de los escribas y fariseos, que se aferran a las tradiciones antiguas tal y como Moisés se las transmitió (Mt 5, 20). Se limitan a cumplir por cumplir y entonces se ven atrapados en la rutina y el hastío. Hasta que llega Jesús, su Salvador para nuevamente abrir las compuertas eternas de par en par para que entre el Rey de la Gloria.
Ahora se llenan de júbilo al proponerles Jesús una justicia mayor que la de los escribas y fariseos que, en ese tiempo, eran el referente de cómo observar exacta y puntualmente la Ley dada por Moisés, y cómo contribuir a la realización de las promesas de Dios que los profetas anunciaron (Mt 5, 17).
Están ante el nuevo Moisés y uno que es más que Moisés. Lo descubren en su manera de hablar y de obrar. Propone la Ley en modo sumo y la actúa hasta el extremo. Este modo de vivir la Ley y los Profetas atrae a cualquier corazón ávido de Dios. Han oído que se dijo: conecta con la tradición anterior, pues no ha venido a abolir la Ley ni los Profetas que hablaron de parte de Dios. Pero Yo les digo: se apropia los atributos de Dios, del Yo soy del Antiguo Testamento (Éx 3, 14), y así lo reconocen sus oyentes.
Quien decida seguir a Jesús ha de entrar en una nueva manera de vivir la justicia y se pone Él mismo como modelo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1-2).
Toda la Ley se concentra en amar
Pues... “Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo Único para que todo el que cree en Él tenga la vida eterna” (Jn 3, 16). Así que cumplir la Ley y las enseñanzas de los Profetas produce vida eterna, incrementa esa vida y se está en posibilidades de compartirla, convirtiéndose la persona en misionero del amor de Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura” (Mt 28, 18-20).
Vive la experiencia de hacer tuya la vida eterna que se te ofrece en Jesús; elabora con esa vida todas tus cosas y comunícala a los demás en tu cotidiano vivir.
–P. Armando Duarte Tello
Párroco de la Parroquia de San Isidro Labrador, de Pueblo Viejo (Mpio. de Queréndaro), Mich.
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ORACIÓN
“Señor, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos descubrir los caminos de la verdad, del amor y de nuestra propia dignidad, que nos lleven a vivir en tu presencia. Amén”. (EDD).