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HOMILÍA 7o Domingo del TO / Ciclo A

La halaká de Jesús

Cuando un árbol es joven, es recomendable ponerle un palito para que lo haga crecer derecho. De ahí el proverbio popular que dice: “árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza”.


Al igual que los árboles, las personas también necesitan un soporte que les indique qué es lo mejor de entre todo lo bueno. Para eso existen en las sociedades humanas las leyes, constituciones, normas, reglamentos o preceptos. Sin ellos, la convivencia entre los seres humanos se convertiría en un caos.


El tema de las normas y de la Ley en los Evangelios es muy recurrente, y muchas veces la práctica de Jesús hace entrar en crisis el sistema jurídico del pueblo de Israel.


Ya desde hace cuatro domingos hemos estado escuchando a Jesús en su “Sermón de la Montaña” (Mt 5, 1-7,27) y hoy específicamente se nos ofrece el cierre de su halaká* comentando otras dos leyes de la Torá para actualizarlas al tiempo de sus oyentes.


*Conjunto de reglas y decisiones relativas a las normas éticas y jurídicas para la conducta del individuo y la comunidad.


La ley del talión (Mt 5, 38-42)

Aparentemente, era una ley cruenta; sin embargo, realmente fue una conquista civil que buscaba limitar la práctica de la violencia desproporcionada. Jesús, superando incluso esta ley, sorprende con su “intensificación”: el discípulo no sólo no debe resistir al hombre malvado, sino que también, si alguno le golpea la mejilla, deberá presentar la otra.


Estas palabras son incomprensibles hasta que se mira a Jesús, quien las ha puesto en práctica primero cuando fue llevado a juicio, desnudado, abofeteado e insultado, que “no respondía con insultos; sufriendo no amenazaba, sino que se fiaba de Aquel que juzga rectamente” (1 Pe 2, 23).


El amor por los enemigos (Mt 5, 43-48)

Si bien amar al prójimo ya resulta una tarea exigente para el cristiano, el amor al enemigo es realmente novedoso. ¿Cómo amar a quien nos ha hecho el mal? Cuando se puede contestar esta pregunta, se ha alcanzado la madurez cristiana. En efecto, quien ama a su enemigo ha decidido no ser prisionero del resentimiento. Es la señal de ser hijo de Aquel que nos ha dado la posibilidad de “desobedecer al mal”. También Cristo es ejemplo de este mandato cuando lo vemos destrozado por los golpes en la Cruz y en ese mismo suplicio lanzar una de las más bellas oraciones de los Evangelios: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).


La conclusión de estas leyes se enlaza perfectamente con el Código de Santidad del Antiguo Testamento que escuchamos en la Primera Lectura: “Sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo” (Lv 19, 2). Esta santidad no consiste en otra cosa que en la integridad de la persona. Quien cumple la Ley desde dentro del corazón y no en apariencias está asemejándose al Señor y, por tanto, ha alcanzado el propósito de su vida.


Sin duda que cumplir las leyes de Dios requiere de un gran esfuerzo humano; pero en este empeño no estamos solos, sino que gozamos de la fuerza del Espíritu, que nos ayuda a superar cualquier dificultad para parecernos más a Jesús, el primero que ha amado a los buenos y a los malos, a los justos y a los injustos, a los amigos y a los enemigos.


ORACIÓN

“Señor Jesús, Tú sabes cuánto me cuesta amar a quien me hace el mal, pero Tú nos das ejemplo de entrega incondicional. Dame la gracia de perseverar en este buen propósito. Te entrego mi corazón para que lo renueves y lo hagas cumplir la voluntad de nuestro Padre Celestial. Amén.”


–P. Miguel Martínez Cruz

Coordinador de la Comisión Diocesana de Pastoral Profética

Comentarios: melmirificum@gmail.com

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