Jesús es el Señor de la vida
Ante el cadáver frío de un ser querido, enmudecemos... Es indescriptible mirar inerte a quien tanto se quiso. El misterio de la muerte nos arrebata y nos interroga. Cuando muere alguien cercano (madre, padre, hermanos o amigos), parece que también una parte de nosotros muere porque se suspende el tiempo con ellos. Los recuerdos de lo que vivimos nos vienen a visitar frecuentemente, y aunque el dolor de no volver a hablar con ellos no se cura del todo, el tiempo va poniendo un ungüento que nos hace soportable la vida.
En este último Domingo de Cuaresma, el Evangelio ambienta una escena de muerte en una familia. Pero no es cualquier familia, sino la de los amigos de Jesús: Marta, María y Lázaro.
Siendo Lázaro un discípulo que Jesús ama, no se apresura a ir inmediatamente a curarlo, sino más bien, cuando escucha el recado enviado por las hermanas, retrasa su ida a Betania: “Esta enfermedad no es para la muerte, sino para la gloria de Dios, así será glorificado el Hijo” (v. 4).
La intención será reafirmada cuando manda salir del sepulcro a Lázaro y Marta le advierte a Jesús que el difunto ya huele mal: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? (v. 40). De tal modo que este último signo de Jesús en el Evangelio de Juan tiene el objetivo de manifestar la extraordinaria potencia de Dios (dóxa), capaz de vencer la corrupción y la muerte.
El encuentro con Marta amplía la intención del Evangelista. El diálogo de Jesús y Marta no es simple, en medio de ellos se encuentra un ser amado muerto. Marta parece comprender las palabras de Jesús a la manera que su fe judía le permitía creer en la resurrección: “Ya sé que resucitará en el último día” (v. 24). Sin embargo, la afirmación de Jesús “Yo soy la Resurrección y la Vida” (v. 25) y su pregunta “¿Crees tú esto?” (v. 26) son una invitación a fiarse de sus palabras, antes de cumplir su signo.
Ella debe creer en la resurrección de los muertos en el último día, pero sobre todo que es Jesús, el amigo de la familia, quien hace que los muertos se levanten de la tumba y da a los creyentes la vida que la muerte corporal no podrá jamás arrebatar.
Para el lector cristiano, la fe de Marta es una fe que surge no de la visión de signos (cfr. 4, 48), sino suscitada solamente del diálogo con Jesús. Marta es así el tipo de creyente que “durante el tiempo de la Iglesia (antes de la Parusía), confiesa una fe en la resurrección final después de la muerte a causa de su fe en Jesús como fuente de Resurrección y de Vida” (Collins).
En este episodio, Jesús antes de padecer, está probando la muerte. Es probable que el Evangelista haya querido instaurar un paralelo entre la resurrección de Lázaro y la de Jesús. Sin embargo, mientras Lázaro sale de la tumba con las manos y los pies atados, Jesús dejará las vendas y el sudario en el sepulcro; casi pareciera decirnos que Lázaro aún tendrá necesidad de ellos, mientras que Jesús abandonará estas ataduras para siempre.
Estamos a punto de entrar en el Misterio Pascual de Cristo: ¿Cómo estoy muriendo al viejo yo y naciendo al hombre nuevo? ¿Qué significa para mí creer en la Resurrección de Cristo? ¿He iluminado la experiencia de la muerte de mis seres queridos con la Luz Pascual de Jesucristo?
ORACIÓN: ¡Oh Jesús, Tú eres el Señor de la Vida! Por más que el dolor por la pérdida de un ser querido me quiebre como a Marta y María, hazme escuchar de Ti la certeza jamás escuchada en el mundo: que Tú eres la Resurrección y la Vida. Amén.
–P. Miguel Martínez Cruz
Coordinador de la Comisión Diocesana de Pastoral Profética
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