Ser sal, ser luz...
Nuestro mundo se caracteriza por la pérdida de valores. Es muy común oír decir que hay crisis en todos los ámbitos de la vida: en la economía, la política, la educación, la religión, la familia… Dentro de esta crisis o desequilibrio que vivimos, los valores ocupan un lugar muy importante; por eso las palabras que hoy nos dirige Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…”, son una invitación muy concreta y personalizada a hacer una reflexión sobre lo que significa ser sal y luz, y tratar de vivir de forma coherente nuestra fe.
Ser sal y ser luz no son atributos honoríficos que nos hagan ser superiores a los demás, sino indicaciones que nos responsabilizan y comprometen a vivir el nuevo estilo de vida propuesto por Nuestro Señor Jesucristo. La afirmación de Jesús nos sitúa en el plano ontológico, habla de nuestro “ser”, de nuestra identidad, de nuestra meta a alcanzar.
Debemos ser conscientes de nuestra realidad: somos pecadores, pero tocados por la Palabra de Dios para ser mejores; somos amados por Él y bendecidos por su misericordia y llamados a ser sus testigos.
La sal tiene una gran fuerza simbólica: da sabor y sazón, es sabiduría. La luz es el símbolo mesiánico del nuevo estilo de vida que transforma las tinieblas del pecado y de la muerte en vida nueva.
Ser sal y luz para los demás no es consecuencia de las capacidades o expresión de las virtudes adquiridas, sino ser testimonio del amor de Dios que continuamente se derrama sobre nosotros, y expresarlo en acciones concretas: “Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano… renuncia a oprimir a los demás y destierra de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva”.
La luz de nuestra fe debe abrirse a los demás, porque el don de la Palabra de Dios que ilumina la conciencia de los hombres no puede guardarse ni esconderse, nos dice Jesús: debe brillar a través de nuestras buenas obras, nuestros actos de caridad y nuestro amor por nuestros hermanos, de manera especial por los más débiles y necesitados.
Los cristianos estamos llamados a ser signo de Cristo, sal y luz, no ocultar esta luz bajo pesados esquemas o costumbres, como el mismo culto que podemos convertir en una religiosidad exterior si no hay un verdadero y auténtico amor que oriente, guíe y dé sentido a nuestra vida.
–P. José Ángel Cisneros Toche,
Párroco de la Parroquia de La Ascensión del Señor “Cosmos”, de Morelia
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