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HOMILÍA 4to Domingo de Cuaresma / Ciclo A

La Curación del ciego de nacimiento

El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: “ve a Siloé y lávate”. Entonces fui, me lavé y comencé a ver (Jn 9, 11).


Mientras vas de camino con Jesús hacia Jerusalén realizas algunos trabajos: la primera semana te entrenaste en vencer al tentador con el poder de Dios (Mt 4, 1-11); la segunda te transfiguraste en Jesús con su amor misericordioso (Mt 17, 1-9); en seguida golpeaste la roca de salvación con la vara de tu fe y salió agua de vida eterna que sacia tu sed de Dios (Jn 4, 5-42; y ahora te colocas ante Él para que te convierta en luz de Dios para ti y para los demás (Mt 5, 14-16).


Quieres hacer una lectura creyente de la realidad como lo hace Jesús. Ante el sufrimiento del ciego los discípulos se excluyen diciendo que pecó él o sus padres, pero Jesús expresa que nació así para que en él se manifiesten las hazañas de Dios y que es menester hacer algo muy importante que transforme radicalmente la situación inhumana en que vive (Jn 9, 2-3).


Entonces el que antes era ciego comienza a leer las maravillas de Dios prometidas a sus padres: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19; Is 61, 1-2).


Este ciego tiene el privilegio de encontrarse con Jesús y se dispone a que en él sucedan las maravillas de Dios. Cómo fue que lo curó: hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos y le dijo: ‘Ve a lavarte en la piscina de Siloé’. Él fue, se lavó y volvió con vista. Experimentó una nueva creación, pues en el origen “el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo” (Gn 2, 7). El ciego se pone delante de la luz y queda convertido en luz.


Siloé significa enviado. El enviado de Dios a los hombres es Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 16); Él es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9), por eso Jesús le pregunta: “¿Crees tú en el hijo del hombre?” “Y ¿Quién es, Señor, para que yo crea en Él?” “Ya lo has visto, el que está hablando contigo”. “Creo, Señor, y postrándose lo adoró” (Jn 9, 35-38).


Confesar la fe en Jesús, que es el Hijo de Dios, es tomar la firme decisión de acercarse a Él, que es la Luz del Mundo, para ser iluminados por Él (Jn 8, 12) y para irradiar esa luz divina por todas partes. Consiste en mirarte no desde tu pecado que te pone en tinieblas, sino desde el amor y la luz de Dios que mira tu situación actual, cualquiera que sea, para manifestar en ti las hazañas de Dios.



ORACIÓN

Gracias, Padre, por tu Hijo Jesús que ilumina toda nuestra vida. Condúcenos por el camino de la luz para, dejando nuestra ceguera congénita, acojamos la verdad de Cristo y caminemos como hijos de la luz. Amén.


–P. Armando Duarte Tello

Párroco de la Parroquia de San Isidro Labrador, de Pueblo Viejo, Mpio. de Queréndaro, Mich.

Comentarios: arcitoduarte@yahoo.com.mx

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